Lic. MARÍA MARTA CRISTANTE mariamcristante@gmail.com
A pesar de que pueda parecer una obviedad, voy a comenzar este escrito recordando que psicólogos y psicólogas hemos sido formados académicamente para la presencialidad física, con énfasis en la consideración de datos que se obtienen del otro a partir de su discurso corporal, gestual, el uso del espacio físico, y de la información que nos provee, esencialmente, nuestra visión, integrado con múltiples aportes provenientes de otros sentidos, todo lo cual alimenta lo que desde algunos posicionamientos teóricos llamamos lo contratransferencial.
Es decir, que aunque solemos afirmar que nuestra especificidad es la escucha, parece ser que con frecuencia olvidamos que esa escucha es una “escucha mirando”, y podemos reflexionar ahora mejor que antes, sobre el sentido que sustenta la expresión “ver un paciente” en nuestra actividad clínica cotidiana.
Hay algo que se pone en evidencia al pensar en Intervenciones No Presenciales (INP) y es que en estas situaciones la clínica estará mediada por las TIC´s (tecnologías de la comunicación y la información), y que la mirada, en los casos en que se incluya la transmisión de la imagen, estará limitada y condicionada (distorsionada?) por alguna tecnología. En otros casos, en los que no haya cámara, la mirada estará ausente, aparecerá como faltando, lo que constituye una barrera que insiste como incomodidad para intervenir desde el ámbito de la salud mental en este contexto de pandemia por Covid-19.
La mirada, como componente elemental de cualquier vínculo, y especialmente en la actual era de la imagen que enfatiza ver más que escuchar, se hace presente como incógnita en colegas de la salud, que viven con dificultades variables la adaptación de las prácticas a estas nuevas exigencias. Entonces, la importancia de la presencialidad se hace más evidente cuando está impedida, de modo que definiremos estas intervenciones remotas por esa falta: NO presenciales, ya que en nuestro medio al menos, aún no tienen una identidad legitimada, que posibilite nombrarlas de otro modo. Aunque también podríamos abrir aquí un interrogante acerca diferentes sentidos que porta el concepto de presencia, y cuánto de imprescindible resulta la simultaneidad física en el mismo espacio para considerar que alguien se hace presente, por ejemplo, mediante el envío de su voz, o de un simbolismo/significante potente impregnado en un objeto….
Podemos decir que así como en las INP nos faltan variables, al mismo tiempo debemos ajustar el vínculo a nuevos elementos que surgen, procedimientos y condiciones que afectan la interacción de maneras no tradicionales, entre otras:
Si bien los desarrollos que en estos momentos alcanzan las TIC´s posibilitan modos de comunicación eficaz, la distribución del alcance de las mismas es despareja en la población. La accesibilidad es variada incluso dentro de las grandes ciudades, no digamos ya en los pequeños poblados alejados de los centros urbanos y ubicados en geografías difíciles.
De modo que no resultará adecuado planificar nuestras intervenciones considerando solamente los mejores escenarios comunicacionales, donde existe un buen internet, que no se corta ni produce desfasajes o baches, y unos dispositivos adecuados, equipados con cámaras de alta definición y micrófonos de gran fidelidad. Muchas veces esas condiciones no se dan, en uno, o en ambos extremos del vínculo que pretendemos establecer. Además de todo ello, resulta interesante no descuidar que las INP requieren unas habilidades y capacidades técnicas en todos los involucrados, que muchas veces cometemos el error de dar por supuestas.
Todos estos aspectos confluyen, configurando modalidades diversas y novedosas para una gran mayoría, que pueden generar desconfianza y sospecha al instalarse drásticamente en nuestras prácticas habituales, dado que su desconocimiento quizás lleve a suponer que de alguna manera los componentes de las INP “distraen“ de la clínica, y que en comparación con las estrategias presenciales, las INP constituyen prácticas profesionales de “menor valor”.
Resulta oportuno entonces, generar espacios que posibiliten acceder a un panorama actualizado acerca de INP, sus beneficios y desventajas, recaudos, modalidades de implementación y sus despliegues en diferentes épocas y escenarios, ya que justo es reconocer que el uso de las tecnologías en el cuidado de la salud se potencia y se complejiza cada vez más, y que, habilitadas con mayor fuerza por esta situación de pandemia por Covid-19, proponen unas modalidades de interacción entre usuarios y profesionales que no admiten vuelta atrás.
Según una definición propuesta por la APA (Asociación de Psiquiatría Americana, 2013) se propone el nombre de Intervenciones Telepsicológicas para abarcar “la provisión de servicios psicológicos mediante tecnologías que permiten la comunicación no presencial, entre las que se incluyen: teléfono, e-mail, texto, videoconferencia, aplicaciones móviles y programas estructurados por una web” (de la Torre-Pardo, 2020 P. 20), a partir de los cual es posible intentar realizar algunas clasificaciones, que consideran la predominancia de diversas características que estas intervenciones presentan, aunque sus límites exactos no resultan tan claros en la práctica.
Indudablemente, la proliferación de la telefonía celular y el auge de los dispositivos personales móviles aceleró la accesibilidad a la comunicación a distancia como nunca antes, y esta expansión posibilitó, entre infinidades de tranformaciones, que las INP se hicieran extensivas a múltiplrsd situaciones. Sin embargo, ocurre con este fenómeno la siguiente paradoja: frecuentemente los y las profesionales más jóvenes son quienes muestran una mayor apertura a incorporar tecnología y transformar las prácticas, aunque son quienes también presentan menores trayectorias clínicas para sostener esas novedades de maneras seguras.
Los antecedentes con que contamos en la atención clínica de pacientes mediante INP, generalmente tienen en común la ALTERNANCIA y la COMPLEMENTARIEDAD entre sesiones presenciales y remotas. Hasta ahora, que todo lo conocido cambia ante el escenario de declaración de pandemia por Covid-19, en que aparece la necesidad de asistir profesionalmente sujetos no pacientes y desconocidos, de diferentes maneras no presenciales y por motivos diversos asociados al aislamiento social obligatorio. De hecho, las primeras pautas que recibimos para atención de pacientes por parte de organismos oficiales en el marco de la pandemia, señalaban que sólo debían ser atendidos de modos remotos pacientes en tratamiento previo, es decir, siguiendo el modelo de alternancia y complementariedad, con el objetivo de dar continuidad a los procesos psicoterapéuticos ya iniciados. Lineamiento que descuidaba gran parte de la población necesitada de atención profesional, por cuanto, con el transcurrir de los días, esto debió ser revisado, como casi todas las medidas que fueron tomándose dentro de la incertidumbre y la ausencia de parámetros confiables.
Es así que las INP nos habilitan a plantearnos algunos cuestionamientos: ¿aseguran las prácticas profesionales no presenciales la misma calidad que las no presenciales?, ¿cuál será la eficacia de las INP?, ¿cuáles los riesgos a los que nos exponemos profesionales y usuarios/as? ¿y cuáles los beneficios? ¿qué normativa rige esta modalidad? ¿es posible abordar cualquier tipo de conflictiva de manera remota? ¿y a pacientes en todos los momentos del desarrollo?
Si bien no contamos con gran evidencia empírica ni suficientes investigaciones desarrolladas en la actualidad, en relación a la actividad clínica con pacientes de manera remota, la información existente hasta el momento no arroja datos que desacrediten la eficacia de las INP, más bien por el contrario, todo indica que considerando ciertas condiciones, en diferentes escenarios y mediante diversos soportes tecnológicos, es posible alcanzar igual eficacia y mejorías, mayor alcance y aumento de la promoción y prevención de la salud mental.
Las principales recomendaciones pueden resumirse como sigue:
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA